viernes, 26 de octubre de 2012

Aguas arriba de la rambla de Nogalte



            Las riadas han provocado los daños que todos conocemos. La fuerza de las ramblas de La Torrecilla, Béjar o Nogalte han causado pérdidas de vidas humanas, y han destruido viviendas, explotaciones agrícolas y ganaderas... Ya han pasado a la historia las fotos de la rambla de Béjar llevándose el viaducto de la A-7 con una furgoneta incluida, y la gigantesca ola de la rambla de Nogalte en medio del casco urbano de Puerto Lumbreras.

            Los estragos de la rambla de Nogalte son muy visibles aguas arriba de este municipio. Hay que entrar en el centro urbano y llegar al Cruce: una pequeña plaza, con la pasarela famosa al fondo, que durante muchas décadas fue el lugar de paso imprescindible para todo el tráfico entre Andalucía y la frontera francesa. Llama la atención ver los carteles de las autopistas colocados en la acera, entre las casas de planta baja y los comercios de toda la vida. A la izquierda, la carretera de Almería. A la derecha, la de Granada. Cogemos esta última y salimos del pueblo por la N-342 pasando por debajo de uno de los gigantescos viaductos que han convertido los embotellamientos kilométricos en historia.

            Dejamos atrás Puerto Lumbreras, con las montañas a la derecha y la rambla de Nogalte a la izquierda. Una gigantesca explanada de más de cien metros de anchura, cubierta de tierra y de grava azul oscura, casi negra. Hace un mes los bancales y los cañaverales ocupaban las partes más exteriores, dejando libre la parte central de la avenida para cuando el agua viniera "con el título de propiedad debajo del brazo". Ahora no hay más que rocas removidas, explanadas peinadas al ras y un par de caminos abiertos por las furgonetas y las motos de los vecinos que viven en los caseríos aislados de la zona.

           Al llegar a cierto punto la carretera se divide. A mano derecha comienza el carril de incorporación a la autovía de Granada, que empieza llamándose A-91 y se convierte de inmediato en la A-92 por obra y gracia de las autonomías. A mano izquierda la nacional continúa, o continuaba, porque tan pronto nos metemos en el desvío nos sale al paso una barrera de diques de plástico, con una gigantesca señal de dirección prohibida y el cartel de acceso cerrado. Contábamos con ello, es aquí adonde queremos ir, de manera que salimos del coche y vemos por dónde se mueve desplazar la barrera. Siempre hay un punto menos fuerte para los vehículos de servicio: mantenimiento de carreteras, la Guardia Civil, y por qué no los periodistas que tratamos de ser los ojos de los ciudadanos.


           Empujar una barrera tiene sus riesgos; el primero y principal, que te encuentre en plena maniobra una patrulla de la Guardia Civil que no se deje conmover por aquello de el pueblo quiere saber y te quite dos puntos, algo que en mi caso me dejaría el carnet en números rojos. Conste que jamás he tomado una copa al volante ni me han cazado a 180 en ninguna autovía. En mi caso los puntos se los llevó el teléfono móvil, casi siempre mientras discutía al teléfono con algún editor de La 7... y no me consuela que me los hayan canjeado por puntos de MoviStar. De manera que antes de cruzar el Rubicón decido rodear la barrera andando, para ver si el obstáculo que me cierra el paso está tan lejos como para obligarme a ir en coche. No es la primera vez que la Guardia Civil corta por lo sano al principio de una carretera convertida en callejón sin salida.

            En este caso, el obstáculo aparece tan pronto como sorteo la barrera. A menos de cien metros desde el cruce de la carretera hay un socavón infranqueable. Le llamamos socavón porque nos hemos criado en lo que se conoce como Primer Mundo y nuestro cerebro lo asocia de inmediato a uno de nuestros baches domésticos, pero lo que hay en la carretera nacional N-342, entre Puerto Lumbreras y el límite con la provincia de Granada es un precipicio. En un momento dado el asfalto de la carretera se convierte en un camino doble de fichas de dominó, que se abre en escalera hacia el fondo de la rambla. De repente el carril izquierdo desaparece en una caída de treinta metros. El derecho se arquea y trata de hundirse, formando un cráter que se apoya en la montaña. Como si alguien le hubiera dado un zarpazo a aquella parte del universo y lo hubiera hecho desaparecer en otra dimensión.


 
       
    Esquivo el agujero haciendo equilibrios sobre el reborde de cemento de la cuneta, como ese funambulista que anuncian ahora en Neox. Un pie, otro pie. Y luego dicen que esto no es zona catastrófica. Aterrizo al otro lado y no me atrevo a mirar atrás. Recuerdo que he dejado el coche abierto. 






             Al otro lado del cráter el terreno vuelve a normalizarse: aquello vuelve a parecer la parte baja de una carretera de montaña, y no los lagolieros. En este punto la carretera hace una curva pegada a un recodo del monte. Imagino que la tarde de las riadas el agua se amontonaría en este lugar, tratando de comerse la montaña. De hecho, creo que los muros de piedra que ayudan a encauzar la rambla en algunos puntos han evitado una avalancha de barro y rocas que podría haber provocado numerosas víctimas  mortales aguas abajo. 

         
   El pavimento aparece cubierto de barro que aún no se ha acabado de secar. Ramas, troncos de árbol, objetos de todo tipo, se esparcen por toda la anchura de la calzada. Una higuera que crece en el borde está sujetando un quitamiedos arrancado. Al fondo, muchos metros más abajo, pueden verse los bloques de piedra, del tamaño de coches pequeños, que protegían esta zona de la carretera. 


 Un kilómetro más adelante, un semicírculo de conos protege un lugar en el que el asfalto y la tierra han desaparecido, dejando un agujero por el que podría colarse un autobús. Por debajo de este tramo de la carretera pasaba una acequia que desaguaba en la rambla las aguas recogidas de la montaña; se ve que la rambla aprovechó el hueco abierto en el muro de piedra para comerse el terreno.


             Me cruzo con un ciclista que me dice que más arriba, por la zona del Cabezo de la Jara, la situación también es muy mala. Él lleva toda la vida viviendo aquí, y el otro día se desorientó y tuvo que parar para ver dónde estaba, porque la riada ha cambiado muchos caminos y ha variado el perfil de algunos campos.


            Doy media vuelta porque está empezando a llover. La explanada oscura de la rambla de Nogalte se pierde en la montaña; la tierra negra se mezcla con un cielo cada vez más gris, presagiando terrores indefinidos. Una lámina de agua con los bordes irregulares, llenos de espuma y de maleza, que va subiendo, cogiendo fuerza... y que desemboca libremente, no lo olvidemos, en medio de los campos: entre las casas, los bancales, las granjas y los invernaderos de toda esta zona de la huerta de Puerto Lumbreras y de Lorca.


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