Sales
de Lorca por la carretera de Granada, pasas por delante de La Viña y ves lo que
llevas viendo un año y medio. Solares ahora llenos de barro, comercios con la
persiana bajada y oxidada, un grupo de vecinos que se toma un café en un bar
rodeados de puntales, y las obras en los edificios UME y Viña 3 como tímida
señal de recuperación. Coges el Camino Viejo del Puerto y la devastación en la
ciudad da paso al caos en la huerta. Hay excavadoras tratando de abrir los
caminos; vecinos armados con escobas y recogedores; maleza a ambos lados de la
cuneta, tuberías de riego por goteo enmarañados entre las ramas de los árboles.
Hace ya tres semanas desde que la riada devastó el campo de Lorca, Puerto
Lumbreras y Totana, y todavía no ha llegado ni un céntimo.
Dejas
atrás La Torrecilla de Lorca, entras en La Estación-El Esparragal de Puerto
Lumbreras, y la devastación continúa. Kilómetros y kilómetros de campos
enfangados, caminos polvorientos, casas con la marcha del barro por encima de
las ventanas de la planta baja. La rambla de Béjar se ha abierto en dos ramales
sucios, profundos, llenos de gravilla, que desembocan en el campo, entre las
casas. La de Nogalte es un desfiladero de tierra negra con el municipio tan
vulnerable aguas arriba y el puente del ferrocarril hecho mistos -como dicen
por esta zona- medio kilómetro más abajo.
Al
llegar a El Esparragal, lo primero que se ven son los contenedores. Sofás,
restos de madera, cortinas, colchones, ropas... no sólo sucias, sino llenas de
barro hasta el último poro. Arrugadas, rotas, escupidas por la riada que
convirtió los hogares en piscinas. En algunos lugares no aguantó ni el asfalto
de la carretera, mientras que los tubos de cemento de las acequias fueron
esparcidos entre los almendros y los olivos como si fueran fichas de dominó o
los dientes del esqueleto de un gigante. Hay señales de rotonda dobladas por la
fuerza del agua, farolas tumbadas de una patada, cunetas de hormigón quebradas
como la corteza de una barra de pan.
La caseta de un perro, arrancada de una finca |
Y
luego está la grieta.
Hasta
el lugar exacto me guía don José; un vecino de Los Soles, o Las Quebrás, que
son los nombres con los que se conoce esta zona de El Esparragal. Un sitio
antes rico en olivos, en el que durante años y años se abrieron pozos para
quitarle el agua a los acuíferos. Llegó a haber una docena de pozos extrayendo agua
del subsuelo cada vez a más profundidad, hasta que se fueron secando. Ahora
sólo queda uno, que quizás tenga que bajar 200 metros hasta llegar al agua.
La
grieta aparece de repente. Una cicatriz de medio metro de anchura en algunos
puntos, y una profundidad que alcanza los dos metros. Recorre el terreno de don
José, parte en dos la parcela de al lado, atraviesa un muro y desaparece justo
al lado de una casa a medio construir; una casa que ya se ha hecho célebre a su
pesar, y que estos días es el punto de atracción para vecinos y curiosos. Don
José afirma que la grieta ya se abrió algunos años atrás, aunque cincuenta
metros más abajo. Dice que él mismo tuvo que advertir a una vecina cuando quiso
edificar su casa en la parcela que acababa de dejar de ser terreno rústico. La
vecina hizo la casa unos metros más arriba, y eso ha impedido que la grieta la
parta en dos. Lo que no se ha podido remediar es que la parcela entera se
convierta una piscina por obra y milagros de dos tapias de cemento que cierran
el terreno de un tercer propietario.
Don
José afirma que ha tenido que echar tres camiones de tierra para cerrar la
grieta que se ha abierto en su propiedad; la cicatriz no le quita el sueño,
porque sus terrenos siguen siendo campo: no hay cimientos que proteger. Eso sí;
se está planteando poner una valla, para evitar que los curiosos que siguen
entrando en su propiedad tropiecen con la grieta, se partan un tobillo y le
busquen la ruina. La ruina, dice, como si El Esparragal no estuviera
completamente arruinado.
Al
otro lado de la carretera, la grieta continúa y se hace más grande y más honda.
Son los técnicos los que tienen que averiguar qué es lo que está pasando en
esta zona de Puerto Lumbreras. Como especular es fácil, yo me imagino que
después de tantos años extrayendo agua, allí abajo se habrán abierto unas
cavernas de consideración. La tarde de las riadas toda aquella zona se llenó con
varios metros de agua; calculen el peso que tuvo que soportar la tierra hueca
por debajo.
La grieta salta la carretera y vuelve a aflorar | al otro lado de la casa |
En
cualquier caso, los vecinos de El Esparragal siguen con el barro hasta las
cejas como consecuencia de una verdadera catástrofe. Es necesario que lleguen
las ayudas para los miles de vecinos de la Zona
Catastrófica que se abre a ambos lados de la autovía A-7 desde Totana hasta
el límite con Andalucía.
Lébor,
El Campillo, Purias, la ciudad de Lorca, La Escarihuela, La Torrecilla, La
Estación, El Esparragal, Puerto Lumbreras, el Cabezo de la Jara... miles de
ciudadanos que siguen manchándose de barro cuando salen de casa o tratan de
llegar a sus explotaciones, en algunas de las cuales todavía no han podido
entrar porque se han quedado sin camino.
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