jueves, 3 de enero de 2013

Un aguileño salvó a los pilotos de la bomba de Palomares

             El municipio murciano de Águilas ha sido el escenario de un reencuentro muy emotivo entre dos personas cuya vida quedó vinculada para siempre tras el episodio conocido como la Bomba de Palomares.

            El 17 de enero de 1966, dos aviones militares estadounidenses chocaron durante una maniobra de repostaje sobre las aguas de la localidad de Palomares (en Almería, lindando con Murcia). Como consecuencia del siniestro murieron siete militares, y cuatro lograron saltar en sus paracaídas. Además, uno de los aviones perdió su carga compuesta por cuatro bombas termonucleares.

            Bartolomé Roldán es un pescador aguileño de 86 años de edad. Una persona pequeña de estatura, pero con apariencia fuerte, que se emociona al recordar aquellos momentos, que él vivió a bordo del pesquero Dorita. Primero vieron dos aviones unidos por una manguera larga; después una explosión que precipitó en el mar, y sobre la cubierta de su barco, trozos de metal en llamas. Vieron un objeto metálico muy grande sostenido en su caída por tres paracaídas de colores chillones; no podían sospechar que se trataba de una bomba con carga nuclear. Pero lo que más les impactó fue la visión de los dos paracaidistas que iban a caer en el mar, en un día soleado pero con mucho viento y un mar frío y muy movido.

            La barca de Bartolomé puso proa al lugar de la caída, mientras un compañero suyo, Paco, dirigía su embarcación varias millas más lejos, guiado por un helicóptero de la Armada que había localizado a un tercer náufrago. El otro pescador ha pasado a la Historia como Paco, el de la Bomba. Pero a Bartolomé no se le había vuelto a recordar hasta esta noche en el Auditorio de Águilas.


           Una gran pantalla proyecta imágenes de la época, aunque falta el conocido baño del ministro Fraga en aguas de Palomares, para dar fe de que las aguas estaban libres de radiación nuclear; algo que posteriormente se demostró que no era exacto, pero que a don Manuel no le impidió alcanzar una edad bien avanzada.


           Entre los aplausos de los presentes -incluyendo dos almirantes y los alcaldes de Águilas y Cuevas del Almanzora-, el concejal de Cultura y Patrimonio de Águilas, Francisco Miguel Martínez, lee la carta que le ha dirigido uno de los náufragos rescatados por la Dorita con mil esfuerzos, luchando contra las olas que lanzaban la barca encima de la figurita herida y medio ahogada. Mike Rooney, teniente coronel del Ejército americano, convertido en predicador mormón, afirma en su misiva que cada día desde entonces le ha tenido presente en sus oraciones. El concejal le entrega un pequeño objeto que el piloto ha adjuntado a su carta: una medallita de la Virgen Milagrosa, porque para el ex militar, y para muchos de los allí presentes, fue un milagro que aquellas personas escapasen del choque aéreo, llevando bombas de aquel calibre, y de su caída al mar.

            Interviene otro marino veterano; en este caso, de la Armada Española: el almirante José Antonio Balbás, uno de los dos almirantes que quisieron sumarse al homenaje al viejo pescador, junto con Sebastián Zaragoza, ex Jefe del Estado Mayor de la Armada. Aquella mañana de enero de 1966 él y su copiloto tripulaban un pequeño helicóptero libélula, en ruta entre Cartagena y Rota. De repente empezaron a ver algo que parecían bengalas, humo negro, fuego en tierra... y escucharon una llamada de alarma por la emisora. Se acercaron al lugar, aterrizaron. Un grupo de paisanos se había agrupado en torno a la cola de un avión militar estadounidense, mientras la Guardia Civil les mantenía a distancia.

El almirante Balbás también ayudó en aquel rescate
            El futuro almirante de la Flota -entonces un teniente de navío de 26 años de edad- le indicó a los guardias que debían mantener apartados a los civiles por si la munición de las ametralladoras del bombardero estallaba, volvió a ponerse a los mandos del helicóptero y se internó en el mar. Allí localizó a un tercer náufrago, al que lanzó un chaleco salvavidas, marcó la posición lanzando bengalas de humo y fue en busca de un barco pesquero. De esta forma, mientras la Dorita rescataba a dos de los pilotos americanos, el Agustín y Rosa de Paco, el de la bomba, puso a salvo a un tercero gracias a las indicaciones del teniente de navío Balbás.

            Tras el recuerdo del pasado, el homenaje de los aguileños de hoy, representados por su alcalde, Bartolomé Hernández; uno de los promotores de este homenaje, después de que José Herrera, José Asensio y mi apreciado compañero Juan García Oliver le planteasen la idea al concejal de Cultura.


            El primer edil se muestra orgulloso de ser paisano de este hombre de mar, bueno y honesto, que se llevó la mayor recompensa que se puede llevar una persona: salvar vidas humanas. Bartolomé Hernández explica que durante su larga vida en el mar, su tocayo rescató a otros tres marinos a bordo de un barco que se estaba yendo a pique, e incluso al piloto de una avioneta que había capotado. A continuación le entrega una placa con el agradecimiento de los aguileños.

            Pero aún falta el momento más emotivo. En un momento dado la gran pantalla de detrás de los oradores pantalla se convierte en un menú de ordenador; un técnico desde su cabina pulsa algunas teclas, y se abre una ventana en la que aparece el típico abuelo estadounidense, con el pelo blanco y la gorra de béisbol en la cabeza.

            Cuarenta y seis años después del accidente, el militar retirado Charles Wendorf, piloto del bombardero B-52 que transportaba las bombas, va a dirigirse a Bartolomé Roldán, el pescador que les sacó del agua a él y a su copiloto, y que les practicó los primeros auxilios, ya que uno tenía un brazo roto y el otro la cadera abierta como un melón.

"Gracias por permitirme vivir una vida larga"
            Silencio absoluto en el auditorio. Los dos ancianos se miran a través del teclado. Una intérprete hace posible la comunicación entre el piloto y el pescador. Thank you, Mr. Roldán, son las primeras palabras. Gracias, y perdón por haber tardado tantísimos años en agradecerle que me salvase la vida y me permitiese volver a ver a mi mujer y vivir una vida larga con mis cuatro hijos y mis dieciocho nietos...

            ¿Para qué más? Los aplausos impiden que la traductora siga adelante; hay lágrimas de emoción y de alegría a uno y otro lado del Charco. Y Bartolomé Roldán, compañero de faena de Paco, el de la Bomba, honesto patrón aguileño, con más  mili que el palo de la bandera, le dedica a su compinche americano una sonrisa agradecida y cariñosa y murmura, con cierta sorna: Gracias a ti, hombre, y gracias de parte de toda España porque lo que llevabais no llegó a explotar.


1 comentario:

  1. Muchas felicidades por la crónica de este acto. De todos los que he leído es sin duda el mejor.
    Atentamente,
    José Asensio Ramírez

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