El 17 de enero de 1966, dos aviones
militares estadounidenses chocaron durante una maniobra de repostaje sobre las
aguas de la localidad de Palomares (en Almería, lindando con Murcia). Como
consecuencia del siniestro murieron siete militares, y cuatro lograron saltar
en sus paracaídas. Además, uno de los aviones perdió su carga compuesta por
cuatro bombas termonucleares.
Bartolomé Roldán es un pescador
aguileño de 86 años de edad. Una persona pequeña de estatura, pero con
apariencia fuerte, que se emociona al recordar aquellos momentos, que él vivió a
bordo del pesquero Dorita. Primero
vieron dos aviones unidos por una manguera larga; después una explosión que
precipitó en el mar, y sobre la cubierta de su barco, trozos de metal en
llamas. Vieron un objeto metálico muy grande sostenido en su caída por tres
paracaídas de colores chillones; no podían sospechar que se trataba de una
bomba con carga nuclear. Pero lo que más les impactó fue la visión de los dos
paracaidistas que iban a caer en el mar, en un día soleado pero con mucho
viento y un mar frío y muy movido.
La barca de Bartolomé puso proa al
lugar de la caída, mientras un compañero suyo, Paco, dirigía su embarcación
varias millas más lejos, guiado por un helicóptero de la Armada que había localizado
a un tercer náufrago. El otro pescador ha pasado a la Historia como Paco, el de
la Bomba. Pero a Bartolomé no se le había vuelto a recordar hasta esta noche en
el Auditorio de Águilas.
Una gran pantalla proyecta imágenes de la época, aunque falta el conocido baño del ministro Fraga en aguas de Palomares, para dar fe de que las aguas estaban libres de radiación nuclear; algo que posteriormente se demostró que no era exacto, pero que a don Manuel no le impidió alcanzar una edad bien avanzada.
Entre los aplausos de los presentes -incluyendo dos almirantes y los alcaldes de Águilas y Cuevas del Almanzora-, el concejal de Cultura y Patrimonio de Águilas, Francisco Miguel Martínez, lee la carta que le ha dirigido uno de los náufragos rescatados por la Dorita con mil esfuerzos, luchando contra las olas que lanzaban la barca encima de la figurita herida y medio ahogada. Mike Rooney, teniente coronel del Ejército americano, convertido en predicador mormón, afirma en su misiva que cada día desde entonces le ha tenido presente en sus oraciones. El concejal le entrega un pequeño objeto que el piloto ha adjuntado a su carta: una medallita de la Virgen Milagrosa, porque para el ex militar, y para muchos de los allí presentes, fue un milagro que aquellas personas escapasen del choque aéreo, llevando bombas de aquel calibre, y de su caída al mar.
Interviene otro marino veterano; en
este caso, de la Armada Española: el almirante José Antonio Balbás, uno de los
dos almirantes que quisieron sumarse al homenaje al viejo pescador, junto con
Sebastián Zaragoza, ex Jefe del Estado Mayor de la Armada. Aquella mañana de
enero de 1966 él y su copiloto tripulaban un pequeño helicóptero libélula, en ruta entre Cartagena y
Rota. De repente empezaron a ver algo que parecían bengalas, humo negro, fuego
en tierra... y escucharon una llamada de alarma por la emisora. Se acercaron al
lugar, aterrizaron. Un grupo de paisanos se había agrupado en torno a la cola
de un avión militar estadounidense, mientras la Guardia Civil les mantenía a
distancia.
El almirante Balbás también ayudó en aquel rescate |
Tras el recuerdo del pasado, el
homenaje de los aguileños de hoy, representados por su alcalde, Bartolomé
Hernández; uno de los promotores de este homenaje, después de que José Herrera,
José Asensio y mi apreciado compañero Juan García Oliver le planteasen la idea
al concejal de Cultura.
El primer edil se muestra orgulloso de ser paisano de este hombre de mar, bueno y honesto, que se llevó la mayor recompensa que se puede llevar una persona: salvar vidas humanas. Bartolomé Hernández explica que durante su larga vida en el mar, su tocayo rescató a otros tres marinos a bordo de un barco que se estaba yendo a pique, e incluso al piloto de una avioneta que había capotado. A continuación le entrega una placa con el agradecimiento de los aguileños.
Pero aún falta el momento más
emotivo. En un momento dado la gran pantalla de detrás de los oradores pantalla
se convierte en un menú de ordenador; un técnico desde su cabina pulsa algunas
teclas, y se abre una ventana en la que aparece el típico abuelo
estadounidense, con el pelo blanco y la gorra de béisbol en la cabeza.
Cuarenta y seis años después del
accidente, el militar retirado Charles Wendorf, piloto del bombardero B-52 que transportaba
las bombas, va a dirigirse a Bartolomé Roldán, el pescador que les sacó del
agua a él y a su copiloto, y que les practicó los primeros auxilios, ya que uno
tenía un brazo roto y el otro la cadera abierta
como un melón.
"Gracias por permitirme vivir una vida larga" |
¿Para qué más? Los aplausos impiden
que la traductora siga adelante; hay lágrimas de emoción y de alegría a uno y
otro lado del Charco. Y Bartolomé Roldán, compañero de faena de Paco, el de la Bomba, honesto patrón aguileño, con más
mili que el palo de la bandera, le dedica a su compinche americano una
sonrisa agradecida y cariñosa y murmura, con cierta sorna: Gracias
a ti, hombre, y gracias de parte de toda España porque lo que llevabais no
llegó a explotar.
Muchas felicidades por la crónica de este acto. De todos los que he leído es sin duda el mejor.
ResponderEliminarAtentamente,
José Asensio Ramírez