sábado, 5 de enero de 2013

Puñetazo a un Rey de España



Historias del Peirao

Cuando Fernando VII y su camarilla llegaron a la habitación de la infanta, se la encontraron completamente vestida, bien peinada, con la cama compuesta de manera impecable y el capitán Ferreira guardando la puerta en posición de firmes. Éste se cuadró al ver entrar al príncipe de Asturias, que de inmediato le dedicó una de aquellas miradas socarronas que nunca habían presagiado nada bueno. Pero al encontrarse con la mirada severa del oficial, los ojos saltones y acuosos de Fernando VII se movieron con nerviosismo. El capitán no iba a tolerar el menor comentario burlón acerca de la dama con la que había pasado la noche, así proviniera de una cabeza coronada. De manera que el flamante Rey acabó torciendo la cabeza, fingiendo que le interesaba el paisaje de Aranjuez que se veía por las ventanas de la habitación.
- Arrodíllate ante el Rey -mandó de repente, tratando de que no le temblase la voz.
El capitán Ferreira se quedó parado por la sorpresa, y durante unos segundos el tiempo se paralizó en aquella estancia, hasta que Isabel Carlota resolvió la situación preguntándole a su hermano, con voz llorosa:
- Fernandito, ¿sois vos el Rey? Entonces, ¿es que se ha muerto papá?
En aquel momento, entre el grupo de nobles y oficiales que acompañaban a Fernando VII se escuchó claramente un soplido, como de alguien que estaba conteniendo las ganas de reír. El nuevo Rey fingió que no había escuchado ni el comentario ni la risa contenida, aunque su rostro se puso aún más amarillo de lo habitual. Levantó la cabeza y volvió a mirar al capitán Ferreira, mordiendo las palabras:
- He dicho que te arrodilles ante el Rey.
El oficial miró a los allí presentes. La infanta le hacía con la cabeza señas apremiantes. Entre los que acompañaban al nuevo monarca, algunos le miraban con expresión satisfecha y orgullosa, felices por ver caer en desgracia a un oficial al que tanto habían envidiado. Pero otros apartaban la mirada, avergonzados por haber tomado partido por aquel canalla al que tanto habían criticado en numerosas ocasiones, en presencia del propio Ferreira. El capitán dedicó una última mirada a la infanta, que ahora tenía los ojos llenos de lágrimas, sufriendo por el destino inminente de su amante. Finalmente, con un suspiro, se arrodilló frente a la mano fofa y temblorosa de Fernando VII, se la acercó a la cara y pronunció, en voz alta, para que le oyeran los curiosos que estaban en el pasillo:
- Saludo a mi Rey don Fernando VII y le deseo un reinado largo y provechoso para todos. Os seré fiel y os defenderé con mi vida como defendí a Su Majestad don Carlos IV, a quien Dios ya habrá concedido la Gloria eterna.
- Mi padre no está muerto, necio.
- Entonces no sois Rey.
El capitán Ferreira se puso en pie. Era bastante más alto que Fernando VII. Éste retrocedió, presa de la ira. En aquellos momentos la humillación que acababa de sufrir pudo más que su cobardía proverbial, de manera que se acercó al oficial y le echó las manos al cuello. Los dos hombres dieron un par de pasos agarrados de aquella manera, hasta que el oficial, sin pensárselo dos veces, reaccionó tumbando al otro de un puñetazo.
Mientras el monarca rodaba a los pies de la cama, Ferreira dio media vuelta y se arrojó contra los cristales de la ventana. Cayó al suelo, un piso más abajo, partiéndose el brazo derecho, y echó a correr por los jardines en medio de una lluvia de balas, atravesando setos y saltando vallas hasta llegar a la orilla del Tajo, al que se lanzó de cabeza.
  Luis II, rey de Moeche (fragmento)

 
 


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