Hace un par de días colgué la
noticia de que la Guardia Civil había detenido a un conductor que circulaba
borracho y en contradirección por la autovía A-30 entre Murcia y Cartagena.
Nada menos que veinte kilómetros se hizo en sentido contrario, hasta que los
agentes lograron detenerle.
En los años ochenta se puso de moda
una apuesta macabra y asesina que consistía en circular en dirección contraria
un número determinado de kilómetros, a cambio de una cantidad de dinero. Una de
las zonas más peligrosas era la A-6, la carretera de La Coruña, en los tramos
próximos al Casino Gran Madrid, donde solían pactarse muchas de estas apuestas,
por descontado sin que el casino tuviera nada que ver en todo aquello.
Al principio los medios le dieron a
aquellos conductores el calificativo de suicidas,
hasta que se cambió por el término, más adecuado, de conductor homicida. En efecto, fueron los responsables de
muchísimas muertes.
Aquí en el Guadalentín hace algún
tiempo tuvimos el caso de una persona que se mató conduciendo aposta en
contradirección. No quiero dar más datos; desde 7 Región de Murcia lo traté como un accidente de tráfico más; una
persona que había sufrido un accidente en determinada carretera y había muerto
en el acto. Posteriormente algunas fuentes sanitarias o policiales nos dijeron que lo
había hecho a propósito, que no había huellas de frenada, que el testimonio de
otros conductores indicaba que se había lanzado a propósito contra el vehículo
contrario... en fin, que, por causas que me callo, se había sentado al volante
sabiendo que lo iba a tener que levantar un juez.
Hace unos años, mi mujer y yo
estuvimos a punto de ser víctimas de uno de estos conductores homicidas, y de
la manera más casual. Tenía que ser 2007 ó 2008, porque aún no había nacido
nuestro hijo mayor. Eran las nueve de la noche, yo había terminado de trabajar
y estábamos dando un paseo por Lorca. De repente, me llamó un amigo de mi pueblo,
de Sant Joan d'Alacant. Estaba pasando unos días en Águilas, en casa de sus
suegros, y le acababan de decir que su abuelo, que era de Zamora, se acababa de
morir. Mi amigo me dijo si le podía hacer el favor de ir a buscarle a Águilas y
llevarle a Sant Joan, para poder coger el tren a la mañana siguiente.
Bajamos a Águilas, recogimos a mi
amigo y como es uno de esos amigos de verdad, que se cuentan con los dedos de
una mano, me ofrecí a acompañarle hasta Zamora. No es un viaje descabellado, es
todo autovía y yendo sin prisa se hace en nueve horas. Me dijo que no, que con
dejarle en Sant Joan ya le apañaba. De manera que fuimos a mi pueblo, le dejé
en su casa y mi mujer y yo cruzamos la calle y aprovechamos para estar un rato
con mi Madre. No demasiado, porque entre pitos y flautas eran ya las doce de la
noche y a la mañana siguiente había que trabajar.
Cogimos el coche de vuelta,
comentando: ¿Quién nos iba a decir que
íbamos a acabar cenando con mi Madre? En efecto, ¿qué pintábamos un lunes o
un martes a medianoche, por aquellas carreteras? Llegamos a Murcia, pasamos por
delante de la Nueva Condomina; había algunos camiones, así que yo iba
adelantando y volviendo al carril derecho, una y otra vez.
De repente, poco antes de llegar a
la curva que hay pasado el enlace con la universidad, unos segundos después de
volver a mi carril pasaron por mi lado dos luces blancas. Seguí charlando con
mi mujer unos segundos hasta que me callé y reflexioné sobre lo que acababa de
ver. Procesé la información, como se dice ahora.
- Se nos ha cruzado un coche en
nuestro propio carril -murmuré.
Recordé la secuencia una vez más. Vi
las luces pasando nítidas, sin el obstáculo de los quitamiedos que separan los
dos sentidos. Habíamos estado a punto de chocar de frente contra un coche en
contradirección, en una autovía por la que yo circulaba más o menos a 100,
porque estaba adelantando a los camiones que iban a 90. Cinco segundos antes, y
habríamos chocado en plena curva. La suerte fue que tengo la costumbre de no
eternizarme en el carril izquierdo, y que ese zig zag que iba trazando había
coincidido de la manera adecuada con la línea recta que iba haciendo el conductor
homicida.
Llamé a la Guardia Civil.
- Miren, que voy circulando hacia
Lorca y me he cruzado con un coche que iba en dirección contraria...
- Ya tenemos conocimiento, estamos desplegando
unidades -fue la respuesta-. ¿Por cuál llama usted, por el de la ronda de
Murcia o por el de la autovía a Mazarrón?
¡Resultó que aquella madrugada, en
nuestra Región había no uno, sino dos conductores jugando con su vida y con la
de los demás!
A veces pienso en lo cerca que
estuvimos de perderlo todo en aquella ocasión; una madrugada en que la
probabilidad de estar circulando por Murcia a la una o las dos de la mañana era
remota. Estás paseando por Lorca, a punto de irte a dormir a casa, te llama un
amigo con un imprevisto, y te pilla la fatalidad en el lugar menos pensado. Pero,
¿sabéis una cosa? No me aterrorizan las secuelas; no me aterroriza el pensar
que podría haber acabado allí, entre los restos de mi coche. Me horroriza el pensar
que en aquella época mis hijos aún no eran más que un proyecto del que
hablábamos con frecuencia. Yo me habría quedado allí, pero Antonio y Claudia, mis
dos hijos, no habrían nacido jamás.
Por eso no puedo tener la menos
indulgencia hacia aquéllos que se suben al coche con ganas de llevarse a
alguien por delante. Siento muchísimo que haya gente para la que el mundo haya
perdido cualquier razón de ser; es evidente que nadie se mata por gusto. Pero
eso no da derecho a actuar de manera tan egoísta, sin prever las consecuencias,
transmitiéndole a otra familia el inmenso dolor que tú te quitas de encima.
En cuanto a los que se meten en
dirección contraria por un juego, o cargados hasta las cejas de alcohol... a
ésos les deseo lo que creo que les deseamos todos: que se maten solos. De verdad
se lo deseo, sintiéndolo en el alma por sus parientes. Pero ellos se lo han
buscado. A mi juicio, son verdaderos asesinos, como los que se suben a una
terraza y empiezan a pegar tiros a ver a quién le dan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario