martes, 25 de diciembre de 2012

Conductores homicidas: a mí me pasó



            Hace un par de días colgué la noticia de que la Guardia Civil había detenido a un conductor que circulaba borracho y en contradirección por la autovía A-30 entre Murcia y Cartagena. Nada menos que veinte kilómetros se hizo en sentido contrario, hasta que los agentes lograron detenerle.

            En los años ochenta se puso de moda una apuesta macabra y asesina que consistía en circular en dirección contraria un número determinado de kilómetros, a cambio de una cantidad de dinero. Una de las zonas más peligrosas era la A-6, la carretera de La Coruña, en los tramos próximos al Casino Gran Madrid, donde solían pactarse muchas de estas apuestas, por descontado sin que el casino tuviera nada que ver en todo aquello.

            Al principio los medios le dieron a aquellos conductores el calificativo de suicidas, hasta que se cambió por el término, más adecuado, de conductor homicida. En efecto, fueron los responsables de muchísimas muertes.

            Aquí en el Guadalentín hace algún tiempo tuvimos el caso de una persona que se mató conduciendo aposta en contradirección. No quiero dar más datos; desde 7 Región de Murcia lo traté como un accidente de tráfico más; una persona que había sufrido un accidente en determinada carretera y había muerto en el acto. Posteriormente algunas fuentes sanitarias o policiales nos dijeron que lo había hecho a propósito, que no había huellas de frenada, que el testimonio de otros conductores indicaba que se había lanzado a propósito contra el vehículo contrario... en fin, que, por causas que me callo, se había sentado al volante sabiendo que lo iba a tener que levantar un juez.

            Hace unos años, mi mujer y yo estuvimos a punto de ser víctimas de uno de estos conductores homicidas, y de la manera más casual. Tenía que ser 2007 ó 2008, porque aún no había nacido nuestro hijo mayor. Eran las nueve de la noche, yo había terminado de trabajar y estábamos dando un paseo por Lorca. De repente, me llamó un amigo de mi pueblo, de Sant Joan d'Alacant. Estaba pasando unos días en Águilas, en casa de sus suegros, y le acababan de decir que su abuelo, que era de Zamora, se acababa de morir. Mi amigo me dijo si le podía hacer el favor de ir a buscarle a Águilas y llevarle a Sant Joan, para poder coger el tren a la mañana siguiente.

            Bajamos a Águilas, recogimos a mi amigo y como es uno de esos amigos de verdad, que se cuentan con los dedos de una mano, me ofrecí a acompañarle hasta Zamora. No es un viaje descabellado, es todo autovía y yendo sin prisa se hace en nueve horas. Me dijo que no, que con dejarle en Sant Joan ya le apañaba. De manera que fuimos a mi pueblo, le dejé en su casa y mi mujer y yo cruzamos la calle y aprovechamos para estar un rato con mi Madre. No demasiado, porque entre pitos y flautas eran ya las doce de la noche y a la mañana siguiente había que trabajar.

            Cogimos el coche de vuelta, comentando: ¿Quién nos iba a decir que íbamos a acabar cenando con mi Madre? En efecto, ¿qué pintábamos un lunes o un martes a medianoche, por aquellas carreteras? Llegamos a Murcia, pasamos por delante de la Nueva Condomina; había algunos camiones, así que yo iba adelantando y volviendo al carril derecho, una y otra vez.

            De repente, poco antes de llegar a la curva que hay pasado el enlace con la universidad, unos segundos después de volver a mi carril pasaron por mi lado dos luces blancas. Seguí charlando con mi mujer unos segundos hasta que me callé y reflexioné sobre lo que acababa de ver. Procesé la información, como se dice ahora.

            - Se nos ha cruzado un coche en nuestro propio carril -murmuré.

            Recordé la secuencia una vez más. Vi las luces pasando nítidas, sin el obstáculo de los quitamiedos que separan los dos sentidos. Habíamos estado a punto de chocar de frente contra un coche en contradirección, en una autovía por la que yo circulaba más o menos a 100, porque estaba adelantando a los camiones que iban a 90. Cinco segundos antes, y habríamos chocado en plena curva. La suerte fue que tengo la costumbre de no eternizarme en el carril izquierdo, y que ese zig zag que iba trazando había coincidido de la manera adecuada con la línea recta que iba haciendo el conductor homicida.
            Llamé a la Guardia Civil.

            - Miren, que voy circulando hacia Lorca y me he cruzado con un coche que iba en dirección contraria...

            - Ya tenemos conocimiento, estamos desplegando unidades -fue la respuesta-. ¿Por cuál llama usted, por el de la ronda de Murcia o por el de la autovía a Mazarrón?

            ¡Resultó que aquella madrugada, en nuestra Región había no uno, sino dos conductores jugando con su vida y con la de los demás!

            A veces pienso en lo cerca que estuvimos de perderlo todo en aquella ocasión; una madrugada en que la probabilidad de estar circulando por Murcia a la una o las dos de la mañana era remota. Estás paseando por Lorca, a punto de irte a dormir a casa, te llama un amigo con un imprevisto, y te pilla la fatalidad en el lugar menos pensado. Pero, ¿sabéis una cosa? No me aterrorizan las secuelas; no me aterroriza el pensar que podría haber acabado allí, entre los restos de mi coche. Me horroriza el pensar que en aquella época mis hijos aún no eran más que un proyecto del que hablábamos con frecuencia. Yo me habría quedado allí, pero Antonio y Claudia, mis dos hijos, no habrían nacido jamás.

            Por eso no puedo tener la menos indulgencia hacia aquéllos que se suben al coche con ganas de llevarse a alguien por delante. Siento muchísimo que haya gente para la que el mundo haya perdido cualquier razón de ser; es evidente que nadie se mata por gusto. Pero eso no da derecho a actuar de manera tan egoísta, sin prever las consecuencias, transmitiéndole a otra familia el inmenso dolor que tú te quitas de encima.

            En cuanto a los que se meten en dirección contraria por un juego, o cargados hasta las cejas de alcohol... a ésos les deseo lo que creo que les deseamos todos: que se maten solos. De verdad se lo deseo, sintiéndolo en el alma por sus parientes. Pero ellos se lo han buscado. A mi juicio, son verdaderos asesinos, como los que se suben a una terraza y empiezan a pegar tiros a ver a quién le dan.

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