domingo, 23 de diciembre de 2012

"La cosecha humana", nuevo libro de Emilio Calderón



            La otra noche, el escritor Emilio Calderón aprovechó la presentación de su última novela, La cosecha humana (Planeta) para volver a Lorca -la ciudad de su mujer, la periodista Mari Luz Bravo- y darnos una auténtica lección sobre Oriente Próximo. Una zona sobre la cual, según vino a decir, todos tenemos una idea muy clara acerca de quiénes son los buenos y los malos. Sin embargo, en Israel y Palestina no todo es blanco ni negro. Hay judíos que reniegan del Estado de Israel, y palestinos que consideran que el Estado judío es la única garantía de democracia y prosperidad para la zona...

            Veréis; todo comenzó en el Hotel Bristol, de Oslo. Calderón acababa de terminar su ciclo asiático: sus novelas El judío de Shanghai, La bailarina y el inglés y Los sauces de Hiroshima. Una trilogía que suma un Premio Fernando Lara, un Premio Planeta como finalista y unas traducciones a 23 idiomas. Mientras estaba presentando su última obra se le acercó un periodista noruego.

            - Maestro -le interpeló, o como se diga en el idioma escandinavo-; ya que en sus libros salen muchos judíos; ¿qué le parece la polémica que se ha organizado en Israel?

            - ¿Qué polémica? -dijo Calderón, sacando mentalmente el bloc de notas.

            Resulta que un periodista de Suecia había publicado un artículo acusando al Ejército Israelí de llevarse los cadáveres de los palestinos muertos en los territorios ocupados, para entregárselos a algunos médicos y aprovechar sus órganos. El trasplante de órganos está prohibido, según algunas interpretaciones del Judaísmo y también del Islam, de manera que en Israel hay una auténtica falta de donantes. Y por eso algunos militares, junto con algunos médicos, estaban aprovechando los cuerpos de los enemigos caídos en los territorios que se disputan ambas comunidades.

            Al leer la noticia, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, le exigió al Gobierno de Suecia que obligase al periodista a retractarse. Por suerte Suecia es uno de los países del mundo donde más se respeta la libertad y los Derechos Humanos, de manera que desde Estocolmo dijeron que no, que ahí no se iba a retractar nadie, y que lo que había que hacer era una investigación a ver qué estaba pasando con los cadáveres de los palestinos.

             Se hizo la investigación y se llegó a la conclusión de que el periodista no se lo había inventado. Efectivamente, algunos palestinos caídos en los combates eran llevados a las morgues, donde se aprovechaba lo que quedaba de ellos. Los beneficiarios eran gente que se lo podía permitir, tanto judíos como musulmanes.

            Cuando el periodista destacado en el Hotel Bristol se lo preguntó, Emilio Calderón no tenía ni idea de todo aquello; pero sus propias investigaciones dieron como resultado La cosecha humana:

            De repente, en Jerusalén aparece el cadáver de una mujer. Enseguida aparecen otros dos. La inspectora de policía sefardí Sarah Toledano, y su ayudante el argentino Lautaro Heller, empiezan a investigar qué está pasando. Y lo que pasa, según nos contó Calderón, es que la falta de donantes ha generado un verdadero mercado negro donde un riñón puede llegar a valer 160.000 €; una cantidad más que respetable para los occidentales, y que para los habitantes del Tercer Mundo adquiere proporciones de mito. Hay una red que se encarga de reclutar a los donantes en países como Ecuador, Ucrania o Brasil; luego se los llevan a alguna clínica privada, por ejemplo de Sudáfrica, y ahí se hace la transacción, por llamarla de esa manera.

            De manera que la novela habla de estos tejemanejes de las mafias, con el conflicto entre judíos y musulmanes como telón de fondo todavía más siniestro. Pero como decía antes, en esa castigada zona de Oriente Próximo no todo es negro ni blanco. Quienes acusen de intransigentes a los israelíes por su política de asentamientos en zona palestina, tendrán que considerar que la Constitución de Irán afirma literalmente que uno de los objetivos de su Estado es arrojar a los judíos al mar. Pero ojo, porque, al contrario, hay muchos palestinos que defienden la existencia del Estado de Israel porque es la única democracia de la zona. Mientras que hay ciertos judíos ultraortodoxos que defienden la liquidación del Estado de Israel, porque según su interpretación del Talmud la Tierra Prometida tiene que llegar después del advenimiento del Mesías, y no antes.

            De manera que para definir políticamente a un habitante de la zona, además de preguntarle si es judío o musulmán habría que preguntarle además si está de acuerdo con la existencia del Estado de Israel. Habrá palestinos que dirán que sí, por favor, y judíos que dirán que no, que lo disuelvan...

            De hecho, en la novela aparece cierta organización que apoya el aumento del poder político de las mujeres para acabar con las insensateces que los hombres llevan setenta años cometiendo, desde la creación del Estado de Israel. Es lo que dicen ellas: que matarse como bestias es cosa de hombres... Aunque -añado yo- también hay musulmanas que se abrochan el cinturón de explosivos (luego a sus familias se las indemniza, aunque con menos pasta que si el suicida es un hombre) y judías generalas de mano dura que siguen el ejemplo de Golda Meir...

            En resumen; según el análisis que nos plasmó Calderón, más que un conflicto entre Estados podría hablarse de una guerra civil. En un extremo estarían los judíos partidarios del Gran Israel y los guetos para los palestinos; en el otro, los musulmanes partidarios de Hamás y de lanzar a los hebreos al mar; y entremedias los ciudadanos de una u otra confesión que sólo desean, como se cantaba en nuestra Transición, su pan, su hembra -o su varón- y la fiesta en paz. Los traficantes de órganos sobornan, secuestran, matan y se saltan las prohibiciones de ambas religiones. Y la inspectora Toledano y su colega tratan de desenmarañar una trama que se ramifica por varios continentes, desde los olivares sagrados de Jerusalén hasta las clínicas clandestinas de Sudáfrica, pasando por las tabernas, los callejones, los suburbios y las colas del paro donde se va recolectando esa triste y macabra cosecha humana.

            Concluyo: habrá que leerlo -y más yo, que han tenido el gran detalle de regalarme un ejemplar-. Ya dije en otro momento que Calderón es un profesional que escribe de forma amena y accesible, detallando muy bien los escenarios en que transcurren sus novelas. Dice que aquí ha incluido crónicas periodísticas, para que el lector se crea que ciertas cosas no son fruto de su imaginación demasiado estimulada por su despacho en la Biblioteca Nacional, sino parte de la vida cotidiana de los habitantes de la zona.

            Después de concluir su trilogía asiática, ahora nos promete una aventura también en Asia -aunque Israel nos da la impresión de que es Europa, y por supuesto es Occidente-, en esas calles donde nuestra imaginación superpone esas dos épocas históricas tan distantes. Los campos de olivos con vistas al Mediterráneo o al Mar Muerto donde predicó Jesús, y las calles retorcidas del siglo XXI en las que conviven las tres religiones de Abraham, bebiendo el mismo agua y respirando la misma pólvora.




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