La ciudad de Lorca contará con un
monumento a los Voluntarios Anónimos; todas las personas que la tarde y noche
del 11-M, y los días sucesivos, echaron una mano a sus semejantes después de la
gran tragedia de los terremotos. Esta mañana, el alcalde Francisco Jódar ha puesto la primera piedra de un monumento que se
levantará en la rotonda de delante del Huerto de la Rueda.
El sitio no podía ser más apropiado:
como muchos recordaréis, el Huerto de la Rueda acogió el primer campamento de
refugiados. Miles de personas que se quedaron sin casa, o que no podían volver
a sus hogares porque no se atrevían a regresar, encontraron cobijo, ropa,
alimentos, protección y, lo más importante: dignidad en medio de la tragedia.
La gente que no vive en Lorca no se
da cuenta de lo que supusieron aquellas horas. El segundo seísmo nos encontró
grabando los estragos en la torre de San Diego. La iglesia se nos vino encima,
y toda la gente de la calle, de las tiendas... gritó a la vez y se lanzó a la
calle corriendo sin mirar a los coches que pasaban. Llamé a la editora, que me
dijo gritando que el terremoto se había notado en Murcia. Dejé grabando a mi
compañero y me fui a por mi familia. Me encontré a mi mujer en el parque de Los
Ángeles, descalza porque salió de casa en calcetines, con un niño de dos años y
un bebé de uno, sin llaves, sin dinero, sin teléfono móvil, sin parientes en
Lorca. La puerta del portal se abría con un timbre y no había luz, pero un
vecino, un senegalés de dos metros, la forzó de un tirón para ayudar a salir a
las mujeres.
Al final de la cuesta de Los Ángeles
había un magrebí tendido en el suelo, cubierto de sangre, ayudado por un grupo
de personas. Yo he sido sanitario de Cruz Roja; le limpié un poco, les ofrecí
las llaves de la furgoneta de 7 Región de
Murcia para llevarlo al hospital, y llamé al 092, que estaba desbordado
pero no descontrolado. Enseguida mandaron una ambulancia, y me puse a buscar a
mi familia entre los miles de personas que no sabían qué hacer, mientras Igor Maneiro me daba paso en un directo
telefónico.
Recuerdo a Igor, que aún no sabía lo
que había pasado, diciéndome: Antonio,
parece que por suerte en este segundo terremoto tampoco ha habido víctimas,
y yo respondiendo: Cuánto lo siento,
Igor, cuánto siento tener que decirte esto, pero la ciudad está llena de escombros
y hay víctimas, creo que mortales.
Encontré a mi mujer gracias a la
ayuda de una vecina; le quise dar mis zapatos pero ella los rechazó porque quería
sentir la tierra bajo los pies. Hice una nueva conexión desde el parque,
abrazando a mi hija y luego subí a mi casa pisando los escombros del portal.
Cogí unos zapatos, su bolso, las llaves del coche y el dinero que tenía para
afrontar los gastos de la Delegación de 7RM en Lorca. Bajé hasta el sótano,
recuperé el coche. Miedo, incertidumbre... y gente ayudando. Al magrebí herido
ya se lo había llevado una ambulancia. Los vecinos se consolaban unos a otros. Mi
mujer se metió en el coche con los dos niños, rumbo a casa de mi Madre en
Alicante...
Me puse delante de la cámara y
empecé a hacer mi trabajo, como tantas otras personas. Gaspar e Isabel, los
padres de mi operador de cámara Óscar
Peña, me ofrecieron alojamiento en Águilas para mí y mi familia. Yo acabé
durmiendo ahí, en una jornada que acabó a las dos de la mañana y comenzó a las
siete; hubo gente que ni siquiera durmió. Compañeros como Juan Antonio Cánovas, de Cruz Roja de Águilas; de tantos sitios...
concejales de todos los partidos. Recuerdo al día siguiente a Paco Montiel, en el campamento del
Huerto de la Rueda, echando una mano y con su casa en Código Rojo. Fernando Roldán, diciendo que el barrio
del que era presidente, San Fernando, las casas estaban muy en precario... Mi
amigo Cayetano Plazas, dos horas
atascado en los túneles de la A-7, vio pasar un bombero en su coche particular,
abriéndose paso como podía hacia el cuartel, enseñando el casco reglamentario
por la ventanilla para que los demás conductores le permitiesen pasar. El
doctor José Luis Albarracín,
responsable del hospital Rafael Méndez, y todo el personal sanitario, evacuando
el centro incluyendo paritorios, incubadoras y la UCI, dando el alta en los
coches aparcados en el exterior. Félix
Izquierdo, de 7 Región de Murcia, diciéndome que usara la furgoneta de la
tele como si fuera mía, porque mi coche estaba en ruta. Monseñor Lorca Planes, recorriendo las calles
consolando a los feligreses. Los alcaldes pedáneos organizando las ayudas y
haciendo bocadillos. Antonio Varón y
todos los psicólogos de Protección Civil y demás organismos, la de lágrimas
ajenas que habrán secado. La llegada de la UME, a la que todos los lorquinos y
los que vivimos aquí debemos guardar agradecimiento eterno. Tanta gente
anónima, echando una mano. Mi mujer cruzándose en la A-7 con decenas de
ambulancias y coches de policía en un recorrido constante hasta bien entrada en
la provincia de Alicante, con los demás usuarios de la autovía parándose en el
arcén para no entorpecer. Y la alegría a los dos días, las primeras sonrisas de
miles de afectados al ver aparecer al Real Madrid para darnos a todos su calor.
Cuánto dolor, cuántas lágrimas, y cuánta gente buena.
Iba a escribir una noticia sobre el
monumento, pero me angustian los recuerdos. Ya colgaré la nota de prensa. Sólo
tengo que repetir, como el resto de víctimas de los malditos terremotos:
GRACIAS a quienes nos ayudasteis.
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