sábado, 8 de diciembre de 2012

Tiempos duros



            El Gran Patán y el legado de Barnum (fragmento)

            El Circo Universe lo había montado don Jesús, el abuelo de don Ginés, un enano que no mediría más de ochenta centímetros de altura. Había nacido a mediados del siglo XIX en un pueblo de Extremadura, con toda seguridad en el seno de una familia de campesinos, que le habían abandonado a las puertas de una iglesia por su apariencia deforme y enfermiza. Le habían cuidado unas monjas, que le habían puesto el nombre de Jesús y el apellido Hurtado, porque se lo habían hurtado a la muerte.

            Cuando llegó a la adolescencia, las monjas le plantearon que lo mejor para su futuro sería que encontrase un puesto en algún circo, lo que le garantizaría comida y protección. Así que recaló en una de las caravanas de feriantes que recorrían los pueblos, ganándose el jornal llamando la atención de los vecinos ora haciendo cabriolas entre los payasos, ora vestido de traje y repitiendo las tareas cotidianas que solían desempeñar los señoritos de verdad, ante el pasmo absoluto de las gradas, que no acababan de creerse que un hombre tan pequeño pudiera ser capaz de leer el periódico, escribir una carta o dar un paseo con chistera y bastón.

            En una capital de provincias, un americano le dijo que tendría mucho futuro en el circo de Barnum, que estaba especializado en monstruos. Ésas fueron sus palabras, que no hirieron demasiado a alguien que llevaba toda su vida acostumbrado a servir de mofa a los demás. Jesús Hurtado, que además de leer y escribir había aprendido inglés en sus ratos libres entre función y función, charlando con la cuadrilla de levantadores de pesas, esperó durante un año y medio, hasta que su miserable comitiva recaló en Barcelona. Una vez allí buscó el primer barco de bandera estadounidense y se ofreció a pagarse el billete entreteniendo a los pasajeros y la tripulación.

            Aquel hombrecillo de ochenta centímetros, acompañado de una bolsa que abultaba más que él, desembarcó en Nueva York a finales del siglo XIX y fue avanzando por el continente a medio invadir, sirviendo de entretenimiento a los equipos que abrían carreteras, tendían líneas eléctricas, construían puentes para el ferrocarril... hasta que recaló en el circo de Phineas Taylor Barnum, el mayor espectáculo del mundo. Éste le incluyó en su troupe sin pensárselo dos veces, llevándole personalmente en brazos hasta el centro de la carpa y dejándole bajo los focos, junto con un perro San Bernardo a quien Hurtado montó de un salto. Desde esa misma noche, Jesús Hurtado se convirtió en Little Crazy Horse, el Pequeño Caballo Loco.

            Además de una de sus atracciones principales, el primer Hurtado fue uno de los amigos más cercanos de Barnum, que quedó seducido por su cultura, su carácter fuerte y su determinación. En aquellos años, tener algún defecto físico, como ser enano, ciego, jorobado o paralítico, convertía a las personas en seres de tercera categoría, por debajo de las mujeres, los indios, los chinos y los negros. Se les consideraba dignos solamente de inspirar compasión, cuando no de servir de burla a los más afortunados. Sin embargo, aquel hombrecillo de extremidades diminutas y contraídas, con una cabeza cuadrada y desproporcionada, que sufría constantes dolores en el cuello y la espalda, se planteaba nada menos que emplear el dinero que había ahorrado en montar su propio circo, convirtiéndose en el patrono de un grupo de hombres que le doblaban la estatura.
  
          Conmovido por su espíritu emprendedor, muy en la línea de los pioneros -una raza que se estaba marchando para no volver-, Barnum le dejó en su testamento una cantidad de dinero más que suficiente. El hombre tuvo enseguida la ocasión de demostrar que era digno de la empresa que se había impuesto, ya que el primero que le quiso quitar su herencia fue uno de los socios de Barnum, argumentando que en el testamento del empresario no se mencionaba para nada a míster Jesús Hurtado Iglesia, y sólo se disponía un dinero a favor de el Pequeño Caballo Loco, que sin duda debía de ser alguno de los animales del circo...

 

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