viernes, 16 de noviembre de 2012

Al solar de nuestros mayores



 Fragmento de "La triste historia de Muza el gafe", de las "Historias del Peirao"

El médico le miró con desagrado y no se molestó en responder.
- Siempre llevaré en el corazón las elecciones de 1897, un año antes del Desastre de Cuba -siguió recordando-. Poco después de que aquel Angiolillo acabara brutalmente con la noble vida de don Antonio Cánovas, nuestros jefes decidieron cederle el poder a Sagastilla. A los de Madrid, quiero decir, el marqués de Estella, el amigo Maura, Pacucho Silvela -el médico se refería a nuestros viejos dirigentes con la confianza que le permitían sus muchos años de vida-, a todos esos idealistas no se les ocurrió nada mejor que cederle el turno de Gobierno a sus rivales, diciendo que obraban así en aras de la supervivencia del sistema de la Restauración. Así que a nosotros, en concreto, se nos pasó la instrucción de que teníamos que dejar que el acta de diputado por Ferrol se la llevara nuestro enemigo, aquel sinver­güenza de Filemón Basauri, que era como un cerdo puesto en pie, dicho sea sin perjuicio de la eterna salvación de su alma.
- ¿Y qué pasó? -quise saber.
Al llegar a este punto, el médico prefirió que fuera otro quien rematara la historia dando los detalles más sucios:
- El amigo Capica podrá contarles lo que ocurrió, que él participó en aquella jornada épica de manera tan distinguida como la mía, si no más.
Tomó la palabra el cacique, dando otro puñetazo en la mesa. Esta vez hizo que se volcase una copa:
- Lo que pasó, amigos, fue que a nuestros mayores no les salió de los cojones que aquel cantamañanas de Basauri ganara las elecciones y llevara al país a la ruina. Cuba y Filipinas se estaban yendo a tomar por saco. Marruecos y Cataluña parecía que iban a seguir el mismo camino. Por todas partes había anarquismo, socialis­mo, marxismo, separatismo, y los republicanos querían convertir la Patria en un muladar... -oyendo al cacique parecía que aquellos desastres fueran culpa directa de los dirigentes liberales de Ferrol-. Por eso, entre el doctor Rey-Mayans el viejo, que en paz descanse; mi propio padre, que también tenía un buen par de huevos; el alcalde de entonces, don Daniel Noguerón, que es el mejor alcalde que ha tenido Ferrol en toda su historia; con la ayuda de aquel teniente de la Guardia Civil que luego se fue voluntario al África, y de aquel cura de Valdoviño que se llamaba don Pío, entre otros grandes hombres, la misma jornada electoral armamos la de Dios es Cristo y consegui­mos la victoria a base de palos.
"El día de las elecciones hubo tres muertos en Ferrol, uno en Fene, otro en Laxe, dos aquí en Jubia y otros dos en Valdoviño, y en San Mateo mataron a palos a un caballo. Se contaron más de setenta heridos entre conservadores y liberales; dos mujeres parieron antes de hora; varios paisanos quedaron mancos, hubo algún cojo, un tuerto y uno de los tíos de Filemón Basauri se quedó ciego cuando le echamos desde el último piso del colegio electoral una tinaja entera de aceite hirviendo, que habíamos calentado haciendo una fogata con los pupitres de los niños.
"En Valdoviño, Joaquín de Carolina, mi compadre, que en paz descanse, lanzó un panal ardiendo por la ventana del colegio mientras se estaba realizando el escrutinio. Luego su suegro Mateo, que era apicultor, aprovechó la desbandada para meterse dentro del enjambre, llegó hasta la urna e introdujo cien papeletas de las nuestras.
"En todo el distrito ardieron más de diez casas, además del Asilo de Expósitos de Ferrol, y aquel hijo de puta de Basauri se salvó de la quema porque se escapó de su casa por la puerta de atrás, antes de que las llamas le abrasaran el culo, y ya no volvió a levantar cabeza."
Rió Capica, orgulloso de la brutalidad de sus mayores; le secundó enseguida su consuegro, el señor Martín, y a continuación el propio médico, con una tosecilla aguda y nerviosa. Por fin, a pesar de la crudeza de lo que nos acababa de contar, todos nos sumamos a sus carcajadas: unas risas de fiera saciada y victoriosa, que hicieron volver la cabeza a los invitados más próximos.
- Pero eso es agua pasada -recapacité-. Ahora ya no podemos ir por el mundo matándonos los unos a los otros...
- El fin justifica los medios, señor Ferreira -me dijo el médico.

 


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