La triste
historia de Muza, el gafe (fragmento)
- Hemos ganado en todo el distrito por
unos noventa votos, y fue gracias a Muza, porque cerca de doscientos liberales
se quedaron sin votar -nos dijo Capica.
- ¿Qué fue lo de Laxe? -quisimos saber.
- Que consiguió cortarles la carretera.
- ¿Él solo?
- ¿Durante todo el día?
- Muza solo, y durante toda la jornada
electoral, hizo que los liberales de Laxe se quedasen aislados en el fondo del
bosque -afirmó el cacique, solemne.
- ¡Vamos, que ni don Suero de Quiñones!
-exclamó el médico. El prior y yo
reímos la ocurrencia, mientras que los dos ganaderos se preguntaban, a buen
seguro, si aquel Suero sería de la facción de Silvela o de la de Maura.
Llegados a este punto les explicaré que
la parroquia de Laxe, junto con cuatro o cinco aldeas muy pequeñas que dependen
de ella, están completamente aisladas del resto del distrito, porque se
levantan en mitad del bosque, rodeadas de colinas. La única comunicación que
tienen con el resto del mundo es una pista que serpentea entre los árboles
durante más de diez kilómetros, las más veces con una pendiente que las bestias
de carga sólo logran remontar a fuerza de latigazos. Es una zona que lleva
siendo progresista desde los tiempos de los franceses; por eso, cuando hay
elecciones, los conservadores tratan de dejarlos aislados en el monte, con los
lobos.
Tal vez los de Laxe podrían evitar el
asedio cogiendo cualquier sendero y atravesando los bosques hasta Valdoviño,
que es donde tienen que votar, pero
aparte de la incomodidad, se arriesgan a muchas cosas: a perderse en aquella
auténtica selva, a que la montura dé un mal paso y se parta una pata... o a
toparse en cualquier recodo con una partida de conservadores y acabar con un
agujero en el vientre. De manera que desde hace años, para ir más protegidos,
todos los de Laxe se ponen de acuerdo y bajan juntos a votar. Menos un pequeño
grupo de familias de raigambre conservadora, que hacen, por lo tanto, rancho
aparte.
En tiempos de nuestros padres, los de
Laxe recorrían el camino hasta las urnas en una caravana de carros, a semejanza
de esos pioneros del Oeste americano que nos enseña el cinematógrafo, pero
ahora se aprietan como pueden en un moderno ómnibus de motor de explosión
interna, propiedad de cierto armador de La Coruña que es medio primo del tío
Relejes, y que se lo presta con mucho gusto para estas ocasiones.
Como es natural, el vehículo hace el
camino fuertemente escoltado, con varios jinetes delante y varios detrás, todos
con la escopeta bien a punto; mientras que subidos a la baca velan sus primeras
armas un par de golfillos, acompañados de un montón de piedras que les sirven
al mismo tiempo de parapeto y munición. Los conservadores siempre tratan de
cortar la carretera, pero lo más que consiguen es estorbarles el paso durante
varias horas, hasta que llega la Guardia Civil, que a la hora de dar palos no
distingue entre la burra blanca y la burra negra, como decía don Fernando VII.
Con todo y con eso, aquel bruto de
Capica seguía afirmando que Muza, el gafe, había sido capaz de dejar sin votar
a todo el concejo de Laxe. De manera que pensé que, más que la violencia, aquel
redomado cenizo habría aprovechado uno de sus soplos de mala suerte para
mantener a todos los vecinos en sus casas durante el tiempo necesario hasta que
las urnas se cerrasen.
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