No llevo mucho tiempo en Lorca;
apenas seis años en los que, eso sí, me la he recorrido de punta a punta,
conociendo a gente de todo tipo gracias a mi trabajo. Como forastero quizás un
pelín cualificado, me atrevo a decir que hoy en la ciudad hemos vivido un
momento histórico.
A media mañana, he bajado al centro
con mi familia, para ver el seguimiento de la huelga general y sumarnos a algún
grupo que anduviera repartiendo panfletos. Aunque mis hijos sólo tienen dos y
tres años, ya han ido de la mano de sus padres a alguna movilización en defensa
de sus derechos; en mi familia cumplimos las leyes pero también luchamos por lo
que nos corresponde.
Serían casi las doce cuando
aparcamos en La Merced. El cielo, que había amanecido despejado por vez
primera en una semana, volvió a cubrirse cuando empezamos a caminar, e incluso
cayeron algunas gotas. Mientras caminábamos por Lope Gisbert comenté, animado,
que la afluencia de gente era mucho menor que la de un día normal. Como si la
huelga realmente hubiera calado en el corazón y los ánimos de los ciudadanos. Sin
embargo, poco a poco empecé a desanimarme. Todas las tiendas de Lope Gisbert, y
del tramo de la Corredera entre la plaza de San Vicente y el tramo peatonal,
estaban abiertas. La gente hacía sus compras, se sentaba en la terraza de los
bares... en definitiva, se comportaba con normalidad, como si no se hubiera
convocado una huelga general en España y en otra media docena de países
amenazados a diario por la pobreza y los recortes de derechos.
Llegamos al cruce con la calle Álamo
un poco mustios, pensando que la gente debería movilizarse un poco más. No vale
sólo con llorar; hay que pelear por lo que es justo. Pasaban por nuestro lado
otras personas; algunas lamentándose del poco empuje de los españoles; otros
felicitándose por el fracaso de una iniciativa que a su juicio no iba a aportar
más que pérdidas económicas al país.
De repente empezamos a ver persianas
bajadas. La tienda de recuerdos, la joyería, la frutería, la de telefonía
móvil. Olé. Parece que los comerciantes se han dado cuenta de que, si el
cliente no tiene dinero, no consume...
Mientras empezaba a sonreír, una de
las tenderas salió de un bar cercano y levantó la persiana. Desde el interior
de otro comercio una mano tímida descorrió la reja. Y un tercer hombre apuró el
cigarrillo e hizo lo mismo con la puerta de su local. ¡Acabáramos! Por la
Corredera acababan de pasar los piquetes informativos. Es decir, ciudadanos
como usted y como yo, que recorren las tiendas con sus folletos instando a los
comerciantes a que sean solidarios.
La actividad de los piquetes en
muchos casos es un paripé, porque a estas alturas del partido todos saben los argumentos
de los huelguistas. En la historia de las huelgas creo que no ha habido ningún
ciudadano que haya sido convencido de los efectos positivos de un parón por un
folleto entregado por un sindicalista en el último momento. El esquirol finge escuchar
con gran interés los argumentos que le exponen, mientras calcula qué le será
más rentable: si hacerles caso y cerrar la persiana hasta que desaparezca el
último manifestante o ponerse firme y pedirle ayuda a los policías que
acompañan a los piquetes para prevenir altercados.
Ojo; les hablo de los pequeños
empresarios, de los autónomos, que tienen realmente poder de decisión. Para el
trabajador por cuenta ajena, muchas veces amenazado de despido si secunda la
huelga, el piquete es el chivo expiatorio perfecto para poder ejercer su
derecho. Puede darse media vuelta y decirle al jefe que él quería ir a
trabajar, pero que los de los piquetes le han amenazado o no le han dejado
entrar en el polígono.
Los piquetes, los piquetes.
Siguiendo el ruido de las persianas que se abrían desembocamos en la plaza
Calderón. Entre la gente, Manuel Soler; arengando a las masas, entre otros,
José García Murcia y Pedro Sosa, una vez más en su elemento. Dos únicas
banderas anarquistas. Después de justificar los motivos de la huelga ante no
más de 300 personas, el piquete informativo bajó en dirección a la avenida Juan
Carlos. La pequeña multitud esperando el semáforo en rojo... hasta que un par
de lanzados cortaron la avenida. Y en ese preciso momento comenzó una manifestación
espontánea que fue creciendo hasta acercarse a las 2.000 personas en el ecuador
de la marcha.
Seguidos por más de una docena de
policías nacionales, y alguna patrulla de la Policía Local, la manifestación
incipiente recorrió los comercios de la avenida, en dirección al Eroski. El
grito de No nos mires, únete, y el de
A ti que estás mirando también te están
robando surtió efecto en más de un paseante que decidió secundar la marcha.
También, cómo no, le exigimos al Gobierno que recuerde que en Lorca aún hay
muchos miles de personas que se han quedado sin casa y sin empleo a causa de
los terremotos.
Los piquetes lograron que algunos
comercios echaran el cierre. Otros, como la tienda de Yoigo de cerca del
mutilado Ramón Arcas, permanecieron
abiertos y escoltados por la policía. Un cordón policial bastante importante
protegía el estanco de enfrente de Huerto Ruano, donde a primera hora hubo
enfrentamientos entre el dueño y los huelguistas. He escuchado un par de
versiones, pero no las reproduciré porque no me consta la veracidad de ninguna.
Llegamos al final de la avenida y
empezamos a subir el puente del Eroski. No soy amigo de inflar las cifras; me
considero un profesional honesto de la información y les garantizo, basándome únicamente
en mi experiencia, que cuando llegamos a este punto la manifestación podía contar
con cerca de 2.000 personas, aunque posteriormente el número se fue reduciendo.
Los manifestantes intuíamos que el
próximo destino iba a ser el Eroski, pero en vez de eso la cabecera enfiló la
avenida Europa hacia las afueras de Lorca. Cerraron Cajamar de San Diego. Trataron
de hacer lo mismo en Cajamurcia, pero la oficina estaba cerrada. Si habían
abierto, y accedieron a cerrar tras ser cortésmente informados, las tiendas de Puertas
Lorca, la sucursal de Mapfre y el estanco próximo a la bajada de la cuesta de
Los Ángeles. Se respetó la voluntad de no echar el cierre del taller de Suzuki
de la calle Ortega Melgares, a quienes los piqueteros no consiguieron convencer
de la necesidad de la huelga. Y tan amigos.
Al llegar al cruce la manifestación
enfiló de nuevo hacia San Diego, para cerrar
otra vez el Eroski, en palabras de uno de los piqueteros. En ese momento mi
hija de 2 años empezó a pedir agua. Desde luego no iba a entrar en algún comercio
esquirol a hacer gasto -ni hoy ni nunca, porque me he permitido hacer mi lista
negra particular-. De manera que al llegar a este punto me volví a mi casa y
dejé a mi mujer con mi hijo mayor. Ella me ha contado que se fueron al Eroski,
donde cientos de ciudadanos hicieron una sentada pacífica; que el responsable
del centro accedió a echar el cierre; que volvieron por la avenida Juan Carlos
y que los últimos flecos de la manifestación se disolvieron delante del
Ayuntamiento, después de una arenga de los anarquistas.
En definitiva, un ambiente casi
normal entre los comercios lorquinos, sin incidentes que destacar salvo un
percance en un estanco, y la formación espontánea de una manifestación que
recorrió buena parte de la ciudad. Lorquinos y forasteros sin banderas, muchos
de ellos sin carnet. Ciudadanos pacíficos que quisieron exigirle al Gobierno un
cambio de rumbo en una política que, a su juicio y también al mío, está
recortando derechos fundamentales, está generando pobreza y malestar, y está
convirtiendo a España en un país cada vez más débil y con menos opciones de
recuperar la prosperidad.
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