miércoles, 14 de noviembre de 2012

Manifestación espontánea en Lorca



            No llevo mucho tiempo en Lorca; apenas seis años en los que, eso sí, me la he recorrido de punta a punta, conociendo a gente de todo tipo gracias a mi trabajo. Como forastero quizás un pelín cualificado, me atrevo a decir que hoy en la ciudad hemos vivido un momento histórico.

            A media mañana, he bajado al centro con mi familia, para ver el seguimiento de la huelga general y sumarnos a algún grupo que anduviera repartiendo panfletos. Aunque mis hijos sólo tienen dos y tres años, ya han ido de la mano de sus padres a alguna movilización en defensa de sus derechos; en mi familia cumplimos las leyes pero también luchamos por lo que nos corresponde.

            Serían casi las doce cuando aparcamos en La Merced. El cielo, que había amanecido despejado por vez primera en una semana, volvió a cubrirse cuando empezamos a caminar, e incluso cayeron algunas gotas. Mientras caminábamos por Lope Gisbert comenté, animado, que la afluencia de gente era mucho menor que la de un día normal. Como si la huelga realmente hubiera calado en el corazón y los ánimos de los ciudadanos. Sin embargo, poco a poco empecé a desanimarme. Todas las tiendas de Lope Gisbert, y del tramo de la Corredera entre la plaza de San Vicente y el tramo peatonal, estaban abiertas. La gente hacía sus compras, se sentaba en la terraza de los bares... en definitiva, se comportaba con normalidad, como si no se hubiera convocado una huelga general en España y en otra media docena de países amenazados a diario por la pobreza y los recortes de derechos.

            Llegamos al cruce con la calle Álamo un poco mustios, pensando que la gente debería movilizarse un poco más. No vale sólo con llorar; hay que pelear por lo que es justo. Pasaban por nuestro lado otras personas; algunas lamentándose del poco empuje de los españoles; otros felicitándose por el fracaso de una iniciativa que a su juicio no iba a aportar más que pérdidas económicas al país.

            De repente empezamos a ver persianas bajadas. La tienda de recuerdos, la joyería, la frutería, la de telefonía móvil. Olé. Parece que los comerciantes se han dado cuenta de que, si el cliente no tiene dinero, no consume...

            Mientras empezaba a sonreír, una de las tenderas salió de un bar cercano y levantó la persiana. Desde el interior de otro comercio una mano tímida descorrió la reja. Y un tercer hombre apuró el cigarrillo e hizo lo mismo con la puerta de su local. ¡Acabáramos! Por la Corredera acababan de pasar los piquetes informativos. Es decir, ciudadanos como usted y como yo, que recorren las tiendas con sus folletos instando a los comerciantes a que sean solidarios.

            La actividad de los piquetes en muchos casos es un paripé, porque a estas alturas del partido todos saben los argumentos de los huelguistas. En la historia de las huelgas creo que no ha habido ningún ciudadano que haya sido convencido de los efectos positivos de un parón por un folleto entregado por un sindicalista en el último momento. El esquirol finge escuchar con gran interés los argumentos que le exponen, mientras calcula qué le será más rentable: si hacerles caso y cerrar la persiana hasta que desaparezca el último manifestante o ponerse firme y pedirle ayuda a los policías que acompañan a los piquetes para prevenir altercados.

            Ojo; les hablo de los pequeños empresarios, de los autónomos, que tienen realmente poder de decisión. Para el trabajador por cuenta ajena, muchas veces amenazado de despido si secunda la huelga, el piquete es el chivo expiatorio perfecto para poder ejercer su derecho. Puede darse media vuelta y decirle al jefe que él quería ir a trabajar, pero que los de los piquetes le han amenazado o no le han dejado entrar en el polígono.

            Los piquetes, los piquetes. Siguiendo el ruido de las persianas que se abrían desembocamos en la plaza Calderón. Entre la gente, Manuel Soler; arengando a las masas, entre otros, José García Murcia y Pedro Sosa, una vez más en su elemento. Dos únicas banderas anarquistas. Después de justificar los motivos de la huelga ante no más de 300 personas, el piquete informativo bajó en dirección a la avenida Juan Carlos. La pequeña multitud esperando el semáforo en rojo... hasta que un par de lanzados cortaron la avenida. Y en ese preciso momento comenzó una manifestación espontánea que fue creciendo hasta acercarse a las 2.000 personas en el ecuador de la marcha.

            Seguidos por más de una docena de policías nacionales, y alguna patrulla de la Policía Local, la manifestación incipiente recorrió los comercios de la avenida, en dirección al Eroski. El grito de No nos mires, únete, y el de A ti que estás mirando también te están robando surtió efecto en más de un paseante que decidió secundar la marcha. También, cómo no, le exigimos al Gobierno que recuerde que en Lorca aún hay muchos miles de personas que se han quedado sin casa y sin empleo a causa de los terremotos.

            Los piquetes lograron que algunos comercios echaran el cierre. Otros, como la tienda de Yoigo de cerca del mutilado Ramón Arcas, permanecieron abiertos y escoltados por la policía. Un cordón policial bastante importante protegía el estanco de enfrente de Huerto Ruano, donde a primera hora hubo enfrentamientos entre el dueño y los huelguistas. He escuchado un par de versiones, pero no las reproduciré porque no me consta la veracidad de ninguna.

             Llegamos al final de la avenida y empezamos a subir el puente del Eroski. No soy amigo de inflar las cifras; me considero un profesional honesto de la información y les garantizo, basándome únicamente en mi experiencia, que cuando llegamos a este punto la manifestación podía contar con cerca de 2.000 personas, aunque posteriormente el número se fue reduciendo.


           Los manifestantes intuíamos que el próximo destino iba a ser el Eroski, pero en vez de eso la cabecera enfiló la avenida Europa hacia las afueras de Lorca. Cerraron Cajamar de San Diego. Trataron de hacer lo mismo en Cajamurcia, pero la oficina estaba cerrada. Si habían abierto, y accedieron a cerrar tras ser cortésmente informados, las tiendas de Puertas Lorca, la sucursal de Mapfre y el estanco próximo a la bajada de la cuesta de Los Ángeles. Se respetó la voluntad de no echar el cierre del taller de Suzuki de la calle Ortega Melgares, a quienes los piqueteros no consiguieron convencer de la necesidad de la huelga. Y tan amigos.

            Al llegar al cruce la manifestación enfiló de nuevo hacia San Diego, para cerrar otra vez el Eroski, en palabras de uno de los piqueteros. En ese momento mi hija de 2 años empezó a pedir agua. Desde luego no iba a entrar en algún comercio esquirol a hacer gasto -ni hoy ni nunca, porque me he permitido hacer mi lista negra particular-. De manera que al llegar a este punto me volví a mi casa y dejé a mi mujer con mi hijo mayor. Ella me ha contado que se fueron al Eroski, donde cientos de ciudadanos hicieron una sentada pacífica; que el responsable del centro accedió a echar el cierre; que volvieron por la avenida Juan Carlos y que los últimos flecos de la manifestación se disolvieron delante del Ayuntamiento, después de una arenga de los anarquistas.



            En definitiva, un ambiente casi normal entre los comercios lorquinos, sin incidentes que destacar salvo un percance en un estanco, y la formación espontánea de una manifestación que recorrió buena parte de la ciudad. Lorquinos y forasteros sin banderas, muchos de ellos sin carnet. Ciudadanos pacíficos que quisieron exigirle al Gobierno un cambio de rumbo en una política que, a su juicio y también al mío, está recortando derechos fundamentales, está generando pobreza y malestar, y está convirtiendo a España en un país cada vez más débil y con menos opciones de recuperar la prosperidad.

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