Lorca cuenta con un nuevo espacio
público. Los Jardines de los Condes de San Julián han reemplazado al solar vallado
que durante muchos años se abrió entre la plaza Calderón y el lateral de la
iglesia de San Mateo.
Para la gente que recorre la calle
junto a la iglesia -Presbítero Emilio García-, la entrada al jardín supone una
auténtica sorpresa. De pronto miran de refilón lo que parece el acceso a un
portal, y se encuentran con un pequeño pasadizo detrás del cual hay plantas,
fuentes e incluso unos estanques alargados.
Los jardines adoptan el concepto
que, por ejemplo, en el conocido Ensanche de Barcelona se denomina manzana interior -illa interior, dicen ellos; una illa
es una isla-, pero crean un espacio público, no privado. Han tenido el buen
criterio de conservar las palmeras que crecían en el antiguo solar, en especial
una tan alta y estirada que parece imposible.
También se ha restaurado la
pequeña torre anexa a la plaza Calderón, aunque da la impresión de que no se
puede acceder desde la calle, sólo desde alguno de los edificios.
A ambos lados de los jardines hay
estanques con voluntad de riachuelos, que se pueden cruzar por unas pequeñas
pasarelas. Los jardines cuentan con un acceso más pequeño desde la calle Murillo,
enfrente de la tienda Dimensión.
En resumen, un espacio muy agradable
en el corazón de Lorca, desde el que se puede contemplar el Teatro Guerra y la
iglesia de San Mateo. Un espacio que sólo tiene una pega, y no pequeña. En
pleno siglo XXI me parece increíble que los arquitectos no hayan añadido una
rampa en las escaleras que comunican con la plaza Calderón; algo que la anchura
del acceso habría permitido perfectamente. No se puede decir que los jardines
sean inaccesibles, porque una silla de ruedas o un carrito de niños pueden
entrar al menos desde el lateral de San Mateo -no me he fijado en la entrada de
la calle Murillo-; pero los minusválidos, o las personas mayores, o los que
lleven carritos de niños, tendrán que dar media vuelta y no podrán aprovechar
la conexión entre ambos espacios.
Hacer escaleras y no poner una rampa
es un detalle imperdonable en un espacio público moderno; algo que desmerece el
conjunto, por muy cuidados que estén los detalles accesorios y te hace
plantearte en qué estaban pensando los técnicos que lo diseñaron y quienes le
dieron el visto bueno al lugar. Las fuentes, parterres, estanques y demás
adornos son algo que se agradece, pero de lo que podemos prescindir. Una rampa
para que los minusválidos puedan atravesar los jardines es lo que realmente
marca la diferencia entre las ciudades modernas del siglo XXI y los viejos
rincones llenos de trampas de los barrios antiguos. Espero que el Ayuntamiento se dé cuenta del olvido, y que lo resuelva en breve.
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