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La grieta
El viejo entra en la casa. Lleva las
botas cubiertas con el barro de las lluvias de ayer. Un hombre joven está
haciendo zapping delante de la televisión, muy serio, sin centrarse en los
canales de TV.
El anciano se sienta al lado del
hombre joven.
- Paco... lo siento en el alma...
El joven sigue a lo suyo. En la tele
se ve alguno de esos concursos estúpidos. Suspira; se gira en el asiento y se
queda mirando al viejo. Nadie dice nada. De repente el joven sonríe con malicia.
- No me lo digas. Se ha vuelto a
abrir la grieta.
El viejo suspira, hace un puchero.
- Primero el terremoto, y ahora esto
-dice el joven, poniéndose en pie-. En fin... ¡para lo que dan por la tele!
Apaga el televisor. El viejo trata
de levantarse, pero le flaquean las piernas.
- ¿Es que te vas a ir ya?
- No puedo esperar.
Se miran; el joven en pie, el viejo
sentado y enjugándose las lágrimas.
- No llores, Ángel.
- ¿Cómo no voy a llorar?
- ¿Se ha abierto donde la última
vez?
- Un poco más abajo... por la zona
de las Quebrás.
- ¿Tan abajo?
- Ya ves.
- ¿Ha cruzado la carretera?
- No lo he podido ver; date cuenta
de cómo está el campo. La lluvia ha roto las acequias en el terreno de Simón;
las ha esparcido entre los campos como fichas de dominó. Hay farolas torcidas y
un coche se ha salido de la carretera.
- Como aquella noche, ¿eh, Ángel?
- ¡No me la recuerdes!
El joven se agacha y trata de
consolar al anciano.
- Venga, Ángel... Tenía que llegar.
Ha sido una buena vida.
El viejo asiente, se pone en pie. Se
abrazan. El joven se separa del abrazo y se va hacia la puerta de la casa.
- Nos veremos pronto -promete el
viejo, emocionado.
El joven esboza una media sonrisa.
- No lo creo. Hasta siempre, Ángel.
- ¡Adiós, hermano!
...................
Paco, el hombre joven, avanza por
las huertas convertidas en un campo de batalla. Aceras levantadas, cunetas
llenas de agua y de fango. Va silbando una canción moderna, pero poco a poco
las notas cambian y le recuerdan las viejas melodías de los años cincuenta. Por
la carretera pasa un coche moderno... después de unos instantes, mientras él
sigue caminando, le rebasa un coche de los años cincuenta. Le saludan tocando
la bocina.
- ¡Adiós, Carlitos! -saluda con la
mano-. Ten cuidado, que acabarás como yo antes de cumplir los treinta años
-murmura.
El agua de los charcos brilla a la
luz del sol. Ya no pasa nadie más. El hombre camina solo, con tranquilidad. Va
hablando solo, tratando de consolarse.
- El hombre en la Luna. Me lo habría
perdido, con lo que me gustó siempre mirar las estrellas e imaginar que me
perdía en la galaxia. La televisión, aunque cada año que pasa ponen cosas
peores. Las chicas con el bikini... ¡cualquiera habría convencido a Teresa para
ponerse un bikini! La pobre Teresa; qué buena novia, y qué gran mujer habría
sido...
Por un momento se escucha el ruido
de una bocina antigua, cristales que se rompen, un grito femenino "¡Paco,
que te sales!", y la voz del joven, como el eco, que murmura: "¡Ha
sido esa grieta, que nos ha hecho volcar!"
- Ha sido una buena vida. Mujeres de moral
fácil, dispuestas a todo con sólo un chasquido de los dedos. Aparatos que
enfrían las bebidas; otros que la calientan en segundos, sin hacer fuego...
Vacunas y píldoras que curan las enfermedades, aunque eso para mí... -sonríe
enseñando sus dientes de carnívoro satisfecho-. Avances por todos lados. Las
mujeres votando y conduciendo... para pasmarse...
Al llegar a determinado lugar cruza
la carretera sin mirar, sin preocuparse, y contempla un punto de la cuneta.
- Aquí fue donde... Pobre Teresa.
De repente se estremece y se tapa la
boca con las manos, lleno de horror.
- Ella estará en el Cielo porque
supo decir que no... ¡Pero ella se lo perdió! Las lavadoras, el microondas, la
nevera... teléfonos para llevar en el bolsillo, coches rápidos, casas
confortables con el aire a la temperatura deseada... agua caliente sin leña...
Sigue su camino rápidamente,
nervioso.
Llega a la grieta. Una cicatriz que
parte el terreno en dos mitades, a uno y otro lado de la carretera sucia de
barro.
De pronto monta en cólera.
- ¡Y todo por la puta riada y el
puto terremoto, que todo tenía que tocar aquí!
Se calla. Hay un hombre sentado en
el terraplén de la cuneta, mirándole desde arriba.
- ¡Hola, Paco!
- Buenas tardes -responde éste, con
timidez.
- ¡Has vuelto!
- Sí, señor. Sí, Excelencia.
- Parece que la grieta ha vuelto a
abrirse.
Paco guarda silencio.
El hombre se pone en pie, le mira
con sarcasmo.
- ¿Ha valido la pena?
Paco se encoge de hombros, la mirada
clavada en el suelo.
- ¡Cincuenta y dos años, siete
meses, dos días y unas cuantas horas! -grita el hombre, eufórico-. Parece que
fue ayer cuando os vi reventaros contra el suelo -habla con brutalidad-. ¡Qué
endebles eran aquellas carrozas! Pretenciosas y altaneras, como los seres
humanos... Pero con sólo un suspiro, ¡zas! -un aplauso; Paco cae al suelo con
la cabeza entre las manos-. Tu prometida, como decíais entonces, demostró más
entereza. Por eso ella hace tantos años que es polvo dentro de una caja de
madera. Un esqueleto vestido con su traje de novia a medio coser, con los
cabellos resecos desprendidos sobre sus hombros de hueso, eternamente mirando
la tapa de su caja.
- Un alma liberada del peso de su
cuerpo -replica Paco, con firmeza.
El hombre se pone a reír de manera
desaforada.
- ¿Es que ahora te pesan los años?
¡Siempre os pasa lo mismo! Os hincháis a comer, pero luego hay que pagar la
factura... y pagar, y pagar, y pagar, y pagar, y pagar... -grita, está
desmadrado.
Se controla, mira al hombrecillo que
está llorando de rodillas en el suelo. Luego señala a lo lejos, en el interior
del campo destrozado.
- Vámonos, Paco -le insta-. La
grieta ha vuelto a abrirse. Ése fue el trato, así que sígueme.
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