domingo, 4 de noviembre de 2012

La grieta (relato)

Quiero compartir el esqueleto de un relato, una idea escrita a vuelapluma gracias a una sugerencia que me han hecho esta tarde. No quiero pecar de indiscreto, así que MUCHÍSIMAS GRACIAS al instigador.

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La grieta

            El viejo entra en la casa. Lleva las botas cubiertas con el barro de las lluvias de ayer. Un hombre joven está haciendo zapping delante de la televisión, muy serio, sin centrarse en los canales de TV.
            El anciano se sienta al lado del hombre joven.
            - Paco... lo siento en el alma...
            El joven sigue a lo suyo. En la tele se ve alguno de esos concursos estúpidos. Suspira; se gira en el asiento y se queda mirando al viejo. Nadie dice nada. De repente el joven sonríe con malicia.
            - No me lo digas. Se ha vuelto a abrir la grieta.
            El viejo suspira, hace un puchero.
            - Primero el terremoto, y ahora esto -dice el joven, poniéndose en pie-. En fin... ¡para lo que dan por la tele!
            Apaga el televisor. El viejo trata de levantarse, pero le flaquean las piernas.
            - ¿Es que te vas a ir ya?
            - No puedo esperar.
            Se miran; el joven en pie, el viejo sentado y enjugándose las lágrimas.
            - No llores, Ángel.
            - ¿Cómo no voy a llorar?
            - ¿Se ha abierto donde la última vez?
            - Un poco más abajo... por la zona de las Quebrás.
            - ¿Tan abajo?
            - Ya ves.
            - ¿Ha cruzado la carretera?
            - No lo he podido ver; date cuenta de cómo está el campo. La lluvia ha roto las acequias en el terreno de Simón; las ha esparcido entre los campos como fichas de dominó. Hay farolas torcidas y un coche se ha salido de la carretera.
            - Como aquella noche, ¿eh, Ángel?
            - ¡No me la recuerdes!
            El joven se agacha y trata de consolar al anciano.
            - Venga, Ángel... Tenía que llegar. Ha sido una buena vida.
            El viejo asiente, se pone en pie. Se abrazan. El joven se separa del abrazo y se va hacia la puerta de la casa.
            - Nos veremos pronto -promete el viejo, emocionado.
            El joven esboza una media sonrisa.
            - No lo creo. Hasta siempre, Ángel.
            - ¡Adiós, hermano!

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            Paco, el hombre joven, avanza por las huertas convertidas en un campo de batalla. Aceras levantadas, cunetas llenas de agua y de fango. Va silbando una canción moderna, pero poco a poco las notas cambian y le recuerdan las viejas melodías de los años cincuenta. Por la carretera pasa un coche moderno... después de unos instantes, mientras él sigue caminando, le rebasa un coche de los años cincuenta. Le saludan tocando la bocina.
            - ¡Adiós, Carlitos! -saluda con la mano-. Ten cuidado, que acabarás como yo antes de cumplir los treinta años -murmura.
            El agua de los charcos brilla a la luz del sol. Ya no pasa nadie más. El hombre camina solo, con tranquilidad. Va hablando solo, tratando de consolarse.
            - El hombre en la Luna. Me lo habría perdido, con lo que me gustó siempre mirar las estrellas e imaginar que me perdía en la galaxia. La televisión, aunque cada año que pasa ponen cosas peores. Las chicas con el bikini... ¡cualquiera habría convencido a Teresa para ponerse un bikini! La pobre Teresa; qué buena novia, y qué gran mujer habría sido...
            Por un momento se escucha el ruido de una bocina antigua, cristales que se rompen, un grito femenino "¡Paco, que te sales!", y la voz del joven, como el eco, que murmura: "¡Ha sido esa grieta, que nos ha hecho volcar!"
             - Ha sido una buena vida. Mujeres de moral fácil, dispuestas a todo con sólo un chasquido de los dedos. Aparatos que enfrían las bebidas; otros que la calientan en segundos, sin hacer fuego... Vacunas y píldoras que curan las enfermedades, aunque eso para mí... -sonríe enseñando sus dientes de carnívoro satisfecho-. Avances por todos lados. Las mujeres votando y conduciendo... para pasmarse...
            Al llegar a determinado lugar cruza la carretera sin mirar, sin preocuparse, y contempla un punto de la cuneta.
            - Aquí fue donde... Pobre Teresa.
            De repente se estremece y se tapa la boca con las manos, lleno de horror.
            - Ella estará en el Cielo porque supo decir que no... ¡Pero ella se lo perdió! Las lavadoras, el microondas, la nevera... teléfonos para llevar en el bolsillo, coches rápidos, casas confortables con el aire a la temperatura deseada... agua caliente sin leña...
            Sigue su camino rápidamente, nervioso.
            Llega a la grieta. Una cicatriz que parte el terreno en dos mitades, a uno y otro lado de la carretera sucia de barro.
            De pronto monta en cólera.
            - ¡Y todo por la puta riada y el puto terremoto, que todo tenía que tocar aquí!
            Se calla. Hay un hombre sentado en el terraplén de la cuneta, mirándole desde arriba.
            - ¡Hola, Paco!
            - Buenas tardes -responde éste, con timidez.
            - ¡Has vuelto!
            - Sí, señor. Sí, Excelencia.
            - Parece que la grieta ha vuelto a abrirse.
            Paco guarda silencio.
            El hombre se pone en pie, le mira con sarcasmo.
            - ¿Ha valido la pena?
            Paco se encoge de hombros, la mirada clavada en el suelo.
            - ¡Cincuenta y dos años, siete meses, dos días y unas cuantas horas! -grita el hombre, eufórico-. Parece que fue ayer cuando os vi reventaros contra el suelo -habla con brutalidad-. ¡Qué endebles eran aquellas carrozas! Pretenciosas y altaneras, como los seres humanos... Pero con sólo un suspiro, ¡zas! -un aplauso; Paco cae al suelo con la cabeza entre las manos-. Tu prometida, como decíais entonces, demostró más entereza. Por eso ella hace tantos años que es polvo dentro de una caja de madera. Un esqueleto vestido con su traje de novia a medio coser, con los cabellos resecos desprendidos sobre sus hombros de hueso, eternamente mirando la tapa de su caja.
            - Un alma liberada del peso de su cuerpo -replica Paco, con firmeza.
            El hombre se pone a reír de manera desaforada.
            - ¿Es que ahora te pesan los años? ¡Siempre os pasa lo mismo! Os hincháis a comer, pero luego hay que pagar la factura... y pagar, y pagar, y pagar, y pagar, y pagar... -grita, está desmadrado.
            Se controla, mira al hombrecillo que está llorando de rodillas en el suelo. Luego señala a lo lejos, en el interior del campo destrozado.
            - Vámonos, Paco -le insta-. La grieta ha vuelto a abrirse. Ése fue el trato, así que sígueme.

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